sábado, 17 de junio de 2017

De gente con capacidades diferentes y de incapacitados morales

ASDRA repudia los dichos de Flavia Champa, miembro de la Secretaría de Derechos Humanos, que usó la palabra mogólico y otras expresiones discriminatorias


ASDRA –Asociación Síndrome de Down de la República Argentina- manifiesta su rechazo a los dichos de Flavia Champa, secretaria de Sergio Kuschevatzky, director del Archivo Nacional de la Memoria, que funciona dentro de la Secretaría de Derechos Humanos y que usó las expresiones “Negros de mierda”, “Mogólicos” y “Villeros”. La funcionaria perteneciente al Ministerio de Justicia de la Nación le contestaba a trabajadores que realizaban una protesta en el Espacio Memoria y Derechos Humanos (ex ESMA).
La utilización de la palabra mogólico como insulto es discriminatoria ya que tiene su origen en las primeras descripciones médicas que se hicieron acerca de las personas con síndrome de Down, por la forma habitual de los ojos de quienes tienen esta condición. El término suele usarse para insultar haciendo referencia a la falta de inteligencia de la persona a la cual se dirige. Es decir, sitúa a los individuos en parámetros de normalidad-anormalidad y entiende a la discapacidad intelectual como algo fuera de lo normal, incorrecto u objeto de burla.



No es de extrañar que pasen estas cosas. Tengan bien en cuenta lo que Moebius escribió en la nota La Discapacidad de los Poderosos: Historias de Crueldad
A raíz de este condenable hecho en las redes sociales se empezó a bardear a Flavia Champa con toda clase de insultos y comparaciones, muchas de ellas tratándola de “india”, “no nórdica”, "gato", etc. Caer en esto esto es caer en el mismo trato discriminatorio que ella manifestó.
Afortunadamente encontré a alguien equilibrado y me parece que sus palabras expresan con claridad cuál es el problema que nos precipita en una brecha sin fondo. 
Por eso las transcribo a continuación:

Lo que me mata de la expresión “negros de mierda, villeros” de la funcionaria del Ministerio de Justicia Flavia Champa es que ella misma no parece ser tampoco precisamente una princesa de Mónaco. Ni siquiera parte de la aristocracia argenta que ahora ocupa tantos ministerios: no es ni una Bullrich, ni una Peña Braun. Pero trabaja para ellos, los defiende a las piñas, los admira, quisiera ser uno de ellos, con su pelo tan negro, aspira y aspira. Ojo, que esta acusación no parezca algo parecido a lo que ella hace, no discrimino a quien no sea una princesa de Mónaco, ¿Cómo podría hacerlo si yo misma no lo soy? Por eso es tan desesperante esa mimetización tan argentina de las clases medias con las clases altas. Ya nos lo explicó muy bien Jauretche en “El medio pelo de la sociedad argentina”: “Medio pelo es el sector que dentro de la sociedad construye su status sobre una ficción en que las pautas vigentes son las que corresponden a una situación superior a la suya, que es la que se quiere simular”. Y cuenta que la burguesía nacida con el desarrollo industrial del peronismo, en vez de emprender un camino propio, quiso imitar a la clase terrateniente en sus comportamientos e ideología, bajo la presión del aparato cultural de la oligarquía: “No quiso ser guaranga, como corresponde a una burguesía en ascenso, y fue tilinga, como corresponde a la imitación de una aristocracia”.
Así asimiló todos los prejuicios de los terratenientes y enfrentaron con rabia a los gobiernos populares: “Esta gente está habituada a reverenciar la prosperidad de los cipayos, de las castas del lujo, los negociados entre las altas figuras nativas y los rubios representantes de los imperios, y cada uno siente celos de la prosperidad de otros, sin fijarse en la propia. Nadie le lleva la cuenta a los automóviles ni a los traje de un Anchorena o de un Alzaga, ni al “mister” de la sociedad anónima extranjera, porque se parte del supuesto que nació para tenerlos ¡Pero todos se alborotan por el nuevo traje del inquilino de la pieza 31!”.
Pero lo peor de todo es cuando en La Nación -el diario centenario de los Mitre- leemos notas que repasan la prensa extranjera bajo el título “Cómo nos ven”. Y ahí es cuando la propia aristocracia argentina- los Bullrich y Peña Braun- se vuelve provinciana y tilinga, tanto como esas clases medias que aspiran a ser como ellos. Sobre esto Jauretche reflexiona: “Para esta gente la opinión que importa sobre lo nuestro es la del periódico extranjero. Jamás se les ocurrirá pensar que el punto de vista del acreedor es distinto al del deudor, y el del país dominante, al del dominado, y que lo más probable es que lo que esa prensa condena por eso mismo puede ser lo conveniente desde que el interés es opuesto”. Así es como hoy el gobierno de los CEOs se congratula ante una felicitación de Merkel, Obama o el FMI a Macri y se escandalizaba cuando estos mismos diarios criticaban a los gobiernos kirchneristas.
Este mecanismo de mimetizarse con el de arriba y despreciar al de abajo o incluso al igual fue señalado hace tiempo por Don Arturo. Lo que me pregunto es: ¿qué nos queda a nosotros hacer además de la obvia observación de la vigencia de estos preceptos? ¿Cuándo vamos a empezar a desarticular de raíz esta colonización de las conciencias?
Hace poco entrevisté en Futurock a la mamá de una chiquita con síndrome de down a quien el gobierno de los Ceos le había quitado la pensión. Ella me hablaba de una desilusión y detecté que había votado a Macri. Se lo pregunté sin rodeos y me contestó que sí. En eso cayeron unos cuantos mensajes de oyentes indignados. Les dije que para conquistar el corazón de las mayorías primero había que comprenderlas. Es cierto que los CEOs cuentan con todo el aparato mediático, esa feroz arma de dominación de las conciencias. Pero nosotros tenemos de nuestro lado algo más importante y deberíamos buscar la forma de darle más potencia: nosotros somos la mayoría. Este modelo económico llevado adelante por la murga de los CEOs no beneficia sino a los sojeros y a los banqueros y perjudica a todo el resto de los argentinos. Se vienen las elecciones y nos sobran los argumentos porque efectivamente a todos los comunes nos va peor. Vamos a dar batalla en cada uno de nuestros ámbitos con ternura, comprensión y paciencia. Cuando las papas queman y la dirigencia está alborotada y confusa, la campaña la hace el pueblo. Depende de nosotros.


  

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